lunes, mayo 23, 2011

La Estancia


Los días transcurrían lentos y lúgubres frente a la ventana principal.
Con cada día que pasaba, más se inundaba de tristeza el lugar,
escuchando la lluvia golpeando el cristal sin dejar ver más allá.

Al finalizar las lluvias comenzó la época de frío, ese frío que hiela los
pensamientois y no deja razonar como es de costumbre; claro está,
a estas alturas, las costumbres eran ya presa del
desenfreno istorsionando
completamente la sustantividad.

Dentro de ese cuarto la existencia se tornaba un tanto retraída,
aburriendo infinítamente con su implacable tediosidad.

La puerta que separaba este mundo con el exterior se ofrecía allí,
contra la ventana, imponente adversa a toda mirada, Intimidando
salir si quiera por simple curiosidad, no permitiendo explorar quién
sabe qué cosa que hubiese del otro lado.

Y es que quizás no fuera tan seguro atravesar aquel umbral hacia
lo desconocido. Al fin y al cabo, dentro, en aquel recinto se estaba seguro
-¿De Qué?- No era sejguro perturbar la aciaga tranquilidad de la habitación;
Sólo la necedad llevaría a incursionar la muerte -¿Quién habló de morir?-.

Quizás no era necesario permanecer confinado a ver la nieve cómo
cubría de blanco las ideas nonatas del vedado entendimiento a través de
un tragaluz, sino, que podría ser también el hecho de sentirlo (por lo menos)
para seducirse a sí mismo de qué es lo real.

Una mañana, al esconderse el sol detrás de las
sombrías colinas no hubo más luz que la que manaba de la lunar tratando
de asomar entre las abundantes y agresivas nubes, las cadenas que
cuidaban celosamente la puerta cedieron.

Estos represivos instrumentos de esclavitud y sujeción a la eternidad
chirriaron como si ya se las escuchase demostrar su ingratitud de
amainar. Prontamente se sintió el frío que se colaba por entre las rendijas.

Finalmente, la Tan esperada ilberación y el anhelo de conocer lo
desconocido, lo inimaginable habría llegado. Sólo basta un paso
hacia delante cuando se cae en la cuenta que tal entrada, es la
misma Salida de la habitación.

Al igual que un círculo, infinitamente te lleva constantemente al lugar
actual. No existe salida ni entrada, Todo eso es sólo parte de una extraña
forma de materialidad y sustantividad. Siendo que la cristalera,
al observarla nuevamente ya no lucía como tal; más bien, al reaccionar
puede distinguirse en verdad que sólo se trataba de un espejo.

Triste artefacto que refleja la inagotable verdad, haciéndola más amplia
y angosta a la vez. Decepción tras decepción, engaños y frustración de
lo imaginable. La lluvia que fluye no es más que el frágil y quebradizo
reflejo de cómo la vida cae Gota a Gota incesablemente formando un
mar de carentes vidas desechadas que no conocen siquiera las caricias del viento.

Aquel Cuarto, Aquella vida, Aquel invierno...
Aquella Ausencia.

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